Josep Tornero | The Beautiful and the Damned
Chus Tudelilla
Recuerda Gertrud Bing, historiadora y ayudante de Aby Warburg, en el diario que ambos escribieron durante su estancia en Roma, del 17 de noviembre de 1928 al 28 de abril de 1929, el desconcierto de sus primeros días en una ciudad en la que se mezcla un pasado con múltiples capas y un presente ruidoso y muy vivo. Todo se apaciguó a partir del octavo día. Aquel viaje a Roma fue el último de Warburg cuya muerte apenas unos meses más tarde, el 26 de octubre de 1929, interrumpió su gran proyecto: el Atlas Mnemosyne donde practicó un método de análisis que constituye el punto de partida necesario para todo estudio sobre la imagen, como anota Maurizio Ghelardi, editor del Diario romano.
La residencia artística en la Academia de España en Roma durante el curso 2015-2016 resultó fundamental en la obra de Josep Tornero, cuyo desarrollo procesual atiende, desde entonces, a evidenciar, sin desvelarlo, aquello que permanece oculto o reprimido, a través de un complejo sistema de relaciones cuyo propósito es el de establecer correspondencias entre imágenes pertenecientes a tiempos distantes. Tarea ciertamente complicada, y siempre al borde del desastre. Pensar el desastre, escribió Maurice Blanchot, es no tener ya porvenir para pensarlo. En noviembre de 1918 sitúa Aby Warburg la aparición de su enfermedad mental que consistía, según escribió durante su estancia en la clínica psiquiátrica Bellevue, el 16 de julio de 1921, en perder “la capacidad de conectar las cosas en sus simples relaciones causales, lo que se refleja tanto en lo espiritual como en las cosas concretas”.
José Francisco Yvars considera que el hilo vertebrador del proyecto de Warburg fue cognitivo: ¿qué leer?, y psicológico: ¿cómo leer? En ese hilo, sustentado en la abrumadora documentación recogida por Warburg para su archivo visual, quizás resida el desconcierto del filósofo Ernst Cassirer cuando visitó en Londres la Biblioteca Warburg, acompañado por su director Fritz Saxl: “Esta biblioteca es peligrosa… Debo evitarla de raíz o encerrarme aquí para siempre”.
Coincidimos con Yvars en que la Biblioteca Warburg ha transformado la interpretación y el significado de las imágenes en un vasto programa de redefinición de la identidad de la cultura occidental. El método Warburg sigue muy activo y constantemente actualizado, como queda patente en la continua reedición de estudios y publicación de nuevos análisis, así como en las propuestas conceptuales de artistas como Josep Tornero, en cuyo acontecer encaja perfecta la cita que Pedro Medina eligió de Giorgio Agamben para referirse a su trabajo: lo contemporáneo no puede más que revelarse en el espesor de temporalidades entrelazadas, en el desfase y el anacronismo desde el que se percibe nuestra actualidad.
The Beautiful and the Damned da título a la exposición de Josep Tornero en La Casa Amarilla, convertida en un nuevo tablero propiciatorio de insólitos vínculos y posibilidades entre una selección de imágenes que, procedentes de diferentes proyectos, comparten su carácter permutable y atemporal, arrojadas como han sido de una narración lineal a los márgenes de la historia. Lectores de tiempo denomina Georges Didi-Huberman a quienes como Aby Warburg recogieron muchos trozos resultantes de destrucciones sin fin para desmontar y volver a montar el curso de la historia. Tornero es, sin duda, un lector de tiempo que, en esta ocasión, fija su análisis, desde la pintura y la escultura, en la ontología de la imagen fotográfica con el propósito de interrogar algunas de las cuestiones que, tal como señala Philippe Dubois, han sido determinantes a lo largo de su historia: espejo de lo real, transformación de lo real o huella de lo real. Tornero pinta y esculpe rostros velados, gestos y fragmentos de un escenario en ruina sacudido por el temblor que acompaña a la apropiación de identidades y al derrumbe de la civilización. Todo ocurre en el silencio perturbador que reclaman las imágenes, dispersas a la deriva en un escenario común e intempestivo.
Josep Tornero pinta en blanco y negro rostros anónimos capturados de la infinita galería que ofrece internet junto a otros recuperados de archivos psiquiátricos y policiales que, desde su origen, compartieron el interés por la fotografía como instrumento para controlar en la masa anónima la amenaza de delincuentes y personas con síntomas de locura, cuyos gestos eran el reflejo del mal. La fotografía se utilizó para validar los numerosos estudios y teorías sobre la fisonomía humana, obligando a posar a quienes caían bajo sospecha, lo que derivó en la pérdida de identidad de unos rostros que, lejos de ser considerados retratos, se convirtieron en ejemplos de casos clínicos o policiales; en máscaras. Y una máscara, anotó Italo Calvino, es todo aquello que convierte a un rostro en producto de una sociedad y de su historia. Fue así como el espejo de lo real cedió paso, bien temprano, a la transformación de lo real. Y, sin embargo, al decir de Barthes, el referente de lo real siempre se adhiere en la imagen. Es lo que sucede en las pinturas de Tornero que reclaman el aura perdida, ese aire turbador que envuelve en claroscuros el extrañamiento y perplejidad de quienes posaron distantes ante una máquina exclusivamente atenta al mínimo gesto que delatara su culpabilidad o la respuesta ansiada al experimento científico.
El dispositivo conceptual de naturaleza discontinua que sustenta el montaje de Josep Tornero se interrumpe para conciliar el tiempo de cada imagen y cobrar nuevo impulso con pinturas y esculturas que remiten a momentos turbadores de la historia del arte. Despojos del pasado que, anota Alberto Ruiz Samaniego, muestran en todo su esplendor fantasmático el lugar del origen como un espacio en falta. Lo indestructible. El tiempo histórico, escribió Cioran, es un tiempo tan tenso que cuesta imaginar que no estalle. En cada uno de sus instantes da la impresión de que está a punto de quebrarse. Y como hiciera Warburg en sus monstra, archivo de imágenes sobre los procesos destructores de la Gran Guerra, Tornero pinta y esculpe imágenes destruidas en un tiempo en ruina.