Luis Francisco Pérez
No estoy seguro si fue esta la pequeña pintura (es decir enorme) de Josep Tornero que el jueves vi en la galería T-20 de Murcia durante la feria Estampa, en cualquier caso tendría la misma intensidad y nobleza. Sí recuerdo intercambiar unas palabras sobre ella con Nacho Ruiz, director de la misma. Contemplándola pensé que en la pintura todo sucede a la velocidad de la luz. Por eso esta manifestación artística jamás será alcanzada por ninguna otra disciplina creativa. Son lentísimas todas las demás, pues cuando finalmente se han comprendido a sí mismas la pintura ya se encuentra en otro sistema solar. Y sabemos que este deseo, la auto-comprensión, nunca se hará realidad, dado que vivirán por siempre en la condena de su perpetua insatisfacción innovadora, formal y material, incluso en aquellas obras que han coronado la excelencia. La pintura entonces -y condenada cual Sísifo a un eterno clasicismo que es, paradójicamente, aquello que le facilita su envidiada velocidad- en ese momento estará lejos, muy lejos, allí donde ni siquiera existe o se comprende el infinito, pues ella misma lo ha devorado.